Educación

A mí me dieron un ‘cachete a tiempo’

man-349265_1920
Foto: Geralt. Pixabay

Esta mañana he leído algo que me ha removido por dentro. Es un tema polémico, ya lo sé, pero no puedo entender cómo alguien puede justificar e, incluso, recomendar, que se pegue a otra persona y, mucho menos, cuando ese otro ser es un niño. Sí, me refiero a lo que se considera ‘el cachete a tiempo’ o, a lo que denomino yo, el maltrato infantil consentido en la sociedad actual.

En un foro de madres de internet, una de ellas contaba que lo estaba pasando bastante mal porque su hija de algo más de 2 años tenía muchos berrinches y pataletas, intentaba gestionarlas pero se veía desbordada y sin recursos. A este mensaje, una chica respondió que con el suyo ‘la torta’ en el culo había sido mano de santo. Eso  e ignorarle y quitarle lo que más le gusta hasta que se tranquilice y haya pasado unos 10 minutos de pena. De hecho, llegó a reconocer que tuvo que optar por confiscar cosas porque su pareja pegaba tanto al niño que éste llegó a decir que ya ni le dolía. Y se quedó más ancha que larga. Afortunadamente, no tardaron en aparecer comentarios condenando este consejo y esta forma de actuar pero, también es cierto que alguna que otra madre salió en su defensa argumentando que se trataba de un tortazo puntual, que para nada era maltrato, que es una torta sobre el pañal, «al niño no le duele» o, el discurso típico de «pues mi madre nos dio tortas a todos y no tengo ningún trauma, le estoy muy agradecida y la quiero mucho».

¿De verdad, en pleno siglo XXI se puede justificar el tortazo a un niño? ¿Es normal que ante alguien que lo cuenta tan abiertamente, y presume de que es una técnica maravillosa, pueda tener a personas que la apoyen? En España, la ley prohibe golpear a un niño, pero la sociedad aún no es capaz de impedir que un padre le dé un pellizcón o una nalgada a su hijo cuando lo considera oportuno. Que tire la primera piedra el que no haya presenciado cómo un padre chillaba, amenazaba o daba un tortazo a su hijo y, aún sintiendo que no hacía lo correcto, siguió su camino sin decir nada.El cachete a tiempo es una excusa para esconder una verdad que nos incomoda: que no somos capaces de manejar la situación, que carecemos de recursos, que se nos va de las manos y no sabemos cómo controlarla de manera serena y civilizada. El cachete a tiempo es igual que el lema «la letra con sangre entra», no es educativo, es una forma de desahogar tu incapacidad y de ejercer tu superioridad.

Normalmente, el cachete / tortazo se lo dan los padres a sus hijos, los hombres a las mujeres, las personas (aquí también se incluye a los críos) a los animales. Es decir, es alguien que abusa de su posición ‘superior’  y ejerce su poder con un indefenso. Hace unas décadas, era habitual que un marido pegara a su esposa ‘por su bien’, por fortuna, la sociedad tomó conciencia de que ese ‘toque de atención’ estaba fuera de lugar. Miramos con desaprovación (lógicamente) que una persona pegue a su perro cuando éste no le hace caso pero, ¿qué pasa con los niños? ¿Por qué aún no somos capaces de llamar la atención a unos padres que le ponen la mano encima a sus hijos? ¿Por qué nos cuesta tanto intervenir? Y, lo peor, ¿por qué aún hay gente que lo defiende?

Un cachete jamás se utiliza como método de aprendizaje, simplemente porque no lo es. Se trata de una forma de coacción. ¿Qué aprende un niño a base de bofetadas? Sólo a obedecer por miedo, por temor al dolor. Bueno, aprende a eso y también a que se puede ejercer la violencia sobre alguien indefenso. Sumisión y abuso de poder.

Los problemas no se resuelven pegando. Jamás la violencia está justificada. Pegar es la forma más sencilla, rápida y cobarde de acabar con un comportamiento que se considera inadecuado pero, ¿qué pasará cuando se vuelquen las tornas? ¿Qué ocurrirá cuando ese niño se haga mayor, le saque una cabeza a sus padres y el factor miedo ya no exista? Pues, posiblemente, sea un buen candidato a protagonizar «Hermano mayor» y repetirá la conducta con su descendencia. Porque educar requiere esfuerzo, consiste en hablar, dialogar, empatizar y, sobre todo, predicar con el ejemplo. ¿Cómo vas a esperar que no pegue a sus compañeros de clase cuando recibe collejas en casa? ¿Cómo esperas que hable en voz baja si le reprendes chillando? ¿Cómo pretendes que se ponga en el lugar de los demás cuando tú eres incapaz de intentar comprender lo que siente? Por favor, eduquemos para la paz.

En los colegios, institutos y charlas matronales deberían dar mucha importancia a esto. La educación es tan importante… ¿Para qué explicar cómo se produce un embarazo en una charla de preparación a la maternidad? Si estamos ahí, es porque ¡ya sabemos cómo quedarnos embarazadas! Se debería hablar más de controlar las emociones, resiliencia, crianza, resolución de conflictos. Eso ayudaría mucho en nuestra tarea educadora y a evitar el bullying que tantas vidas destroza en las escuelas, la violencia de género, el maltrato animal…

Un libro que me gusta mucho es ‘Ni rabietas ni conflictos’, de la psicóloga Rosa Jové. En él se explica por qué los niños actúan con berrinches, por qué se producen las rabietas, por qué se dan esas explosiones emocionales sin control y cómo abordarlas. Nos ayuda a algo muy importante, a entenderlos y a no olvidar que un día, nosotros también pasamos por ello. Porque sí, porque hemos sido niños. ¿En qué momento se nos olvida? ¿Cuándo enterramos a ese niño para convertirnos en el adulto que no quisimos, en el que tanto daño nos hizo de pequeños…, en nuestros padres?

Yo fui una niña criada con la filosofía del cachete a tiempo. Sufrí cachetadas, golpes con zapatillas e, incluso, con cinturones. Recuerdo estar en la presentación de un curso (7º, creo) y que mi padre le decía al profesor «Si le tiene que tirar de la oreja porque se porta mal, lo hace». Es más, un día mi padre perdió tanto el control que me agarró del cuello tan fuerte que me dejó sin respiración. Tirones de pelo, pellizos, miradas asesinas que te dicen «verás cuando lleguemos a casa…» ¿Qué aprendí con eso? Aprendí a tenerles miedo; un miedo que con los años se transformó en rencor; aprendí a distanciarme, a no confiar en ellos, a no contarles nada por temor a su reacción. ¿Consiguieron que les respetara? No, consiguieron justo lo contrario. Se suponía que eran las personas que más me querían en el mundo, pero eran las que más daño me hacían. Y no sólo era un daño físico, también psicológico. Burlas, amenazas, ridiculizaciones… En el libro de Rosa Jové también se aborda esto porque, al parecer, cuanto más disminuye la violencia física de los padres sobre los hijos, más en aumento va la psíquica: ignorar al niño, dejarle de hablar, gritarle… Siguen siendo formas de maltrato. Esto provoca dolor en el crío y nada bueno sale del dolor.

Recuerda actuar con tus hijos como quieres que ellos lo hagan contigo. Es muy complicado, requiere mucha paciencia, mucho esfuerzo, pero es posible. Te voy a confesar algo, ante situaciones críticas que me superan y me desbordan, mi parte irracional quiere descargar su ira levantando la mano y golpeando. Sí, es horrible. Sólo esa imagen en mi mente me da escalofríos, me da asco, pero es el resultado de la infancia que viví, de la falta de recursos de mis padres. Por suerte, mi parte racional entra rápido en escena y se pone al mando del timón, así que ese golpe ‘sólo’ queda en mi cabeza. ¿Por qué sale ese impulso maligno? Porque es lo que aprehendí. Durante muchos años (y en la actualidad) he intentado empaparme de información y encontrar herramientas para evitar que mis hijos no vivan lo mismo que yo. Mis padres no me daban palizas, no eran golpes a diario, pero ahí quedaron y me marcaron para siempre. Yo no voy a permitir que mi hijo reciba lo mismo.

Todos tenemos claro que una pareja ni te golpea, ni te grita ni te amenaza y, si lo hace, eso que siente hacia ti será cualquier cosa menos amor. ¿Entonces, por qué no lo vemos con los niños? ¿Porque ellos están en desigualdad de condiciones? ¿Porque no nos pueden denunciar? ¿Porque no nos pueden devolver el golpe? Busca las herramientas; las hay. Si queremos unos niños, unos adolescentes y unos adultos empáticos y capaces de resolver conflictos sin gritar ni llegar a las manos, no hagas lo que no quieres que te hagan a ti. Predica con el ejemplo. Educa para la paz.

Si estás de acuerdo con esta reflexión, por favor, me gustaría conocer tu opinión. Si no lo estás, también. Me interesa conocer otros puntos de vista. Y si te ha gustado y crees que puede interesarle o ayudar a otras personas, por favor, compártela. ¡Gracias!

9 comentarios sobre “A mí me dieron un ‘cachete a tiempo’

  1. Totalmente de acuerdo. A mí también me cayeron bastantes de niña. Y que no digan que no pasa nada porque, después de mucha terapia, aunque se note menos, los efectos nunca se van totalmente. Sólo una cosa, si dices que sí tienes esa respuesta de querer golpear aunque lo controles, estaría bien que hicieses ejercicios de descarga porque la emoción y la energía no descargada se quedan en ti. Besos y muchas gracias por la sinceridad de lo que escribes, seguro que ayudas mucho a otras mamás.

    Me gusta

    1. Muchas gracias por el comentario y por el consejo. Sé que debo hacer algo. Había pensado en acudir a más sesiones de reiki (hice una y me ayudó muchísimo) pero, claro, la mala energía habrá que descargarla más a menudo, aunque no sé muy bien cómo hacerlo. Te agradezco tus palabras. Un abrazo

      Me gusta

  2. Buenas tardes mamaaldesnudo, soy Ana Sainz, psicóloga infantojuvenil. Muchas gracias por invitarme a leer tu artículo, me ha parecido muy interesante. Ya es hora de que reflexionemos y dejemos de repetir patrones «educativos» simplemente porque lo hicieron con nosotros. Hoy en día, con la cantidad de información y alternativas que existen, no es un argumento válido. Como sabes, hace un tiempo escribí un post llamado «Un cachete a tiempo ¿es la solución?» hablando de este tema.
    http://www.psicosaludtenerife.com/por-que-un-cachete-a-tiempo-no-es-la-solucion

    Del tuyo me gustaría destacar una frase, pues me parece que resume por completo este método: «El cachete a tiempo no es educativo, es una forma de desahogar tu incapacidad y de ejercer tu superioridad». Quizá sea el momento de dar un paso atrás, observarnos y darnos cuenta de si estamos justificando una conducta indeseable simplemente porque no somos capaces de buscar una alternativa más eficaz.

    De nuevo, gracias por invitarme y por permitirme descubrir tu blog. Nos seguimos 😉

    Me gusta

    1. Muchas gracias por leerlo, Ana y por tu reflexión. Muchas veces, cuando escucho a alguien justificar el cachete a tiempo e, incluso, decir con orgullo que lo vivieron en carne propia y lo agradecen, soy incapaz de comprender cómo no recuerdan cómo se sentían en aquellos momentos en los que ellos eran los niños. De pequeños no tenemos maldad, me refiero a cuando tenemos 4 ó 5 años, yo recuero escuchar a mis padres hablando con amigos y diciendo «es que te está desafiando» o «es que sabe cuáles son tus límites» y yo me quedaba perpleja porque no hacía nada con segundas intenciones. ¿Cómo se puede pensar que un niño que aún no sabe ni sumar es tan inteligente como para hacer chantaje emocional de manera premeditada o hacer algo con segundas intenciones? Si algo tienen los niños es que son «simples», inocentes, transparentes… Lo que pasa es que, al llegar a ser adultos, repetimos los patrones que vivimos en casa porque no se nos han dado más herramientas. Ahora tenemos acceso a mucha información o, incluso, se podría acudir a alguna terapia, pero es como si no hubiera interés o si se tuviera algo de miedo en reconocer la incapacidad para resolver conflictos de manera civilizada y respetuosa.
      Te mando un abrazo!

      Me gusta

  3. Ni el guantazo ni cachete ni el grito. Bufff a mi me gritaban un montón y eso hace más daño porque el daño psicológico no te cuento. Los resultados son malísimos. Mucha impulsividad, inseguridad etc como minimo en los niños.

    Me gusta

    1. Toda la razón. A veces se piensa que el único castigo que duele es el físico, que si no das tortas a tu hijo lo estás haciendo bien, pero es que hay muchas formas de hacer daño a las personas, entre las que se encuentran el grito, la comparación, la humillación, la burla, el ignorarla… Son esas heridas psicológicas que nos marcan.
      Una vez leí en un libro de autoayuda que cuando crecemos tendemos a castigarnos repitiendo aquellas frases que nos decían nuestros padres cuando éramos niños, y en mi caso es así. Cuando me enfado conmigo misma me doy cuenta de que repito exactamente cada una de las palabras de «desprecio» o «enfado» que me decían mis padres. Podemos hacer mucho daño a los niños, un daño que estará ahí de por vida y que sólo se podrá subsanar con el autoconocimiento y mucha psicología. Debemos de cuidar mucho nuestras acciones y palabras para no dañarles.
      Un abrazo!

      Me gusta

  4. Fantástico artículo, y aunque parezca mentira, es una reflexión todavía necesaria. ¿Qué mensaje se trasmite con el castigo físico? Pues que un ser dominante abusa de otro, ni más ni menos, ¿y eso es lo que queremos que aprendan nuestros niños y niñas? No se trata de si le duele o no le duele, se trata de que el niño o niña entiende como normal la violencia para conseguir un fin o imponer una voluntad.
    Si os interesa el tema, en nuestro programa hemos hablado de las consecuencias del castigo en general, no entrando en el detalle específico del castigo físico al que sin duda deberemos dedicar un programa especial:
    http://www.educacionrespetuosa.com/podcasts/03-consecuencias-educar-castigos
    Gran trabajo. Saludos.

    Me gusta

  5. Completamente de acuerdo con todo lo que dices sobre los famosos tortazos a tiempo y demás. Mi infancia por lo que veo ha sido muy similar a la tuya: me pegaban con un cinturón, tirones de pelo, tortazos… Incluso una vez mi padre me dio con la puerta en la cabeza y me fui con chichón en la cabeza al colegio. Todo porque era «malísima», claro. Las rabietas eran la causa de tales ataques físicos. Pero también psicológicos, por supuesto. Muchas frases del tipo: Ojalá te quedes muda, Ojalá no hubiera tenido hijos… Burlas… Un daño brutal todo aquello. Ya de mayor recuerdo un cenicero de piedra volar hacia mi cabeza y que hizo un agujero en la pared y que no sé que hubiera pasado si me hubiera alcanzado. Lo que recuerdo con más dolor son los «Ay que ver qué mal os lleváis tu padre y tú». Increíble.
    Ahora con mi hija, intento comprender todo lo que le pasa (rabietas, lloros, etc) y no se me pasa por la cabeza ni por asomo todo lo que a mi me hicieron. ¿Qué se consigue con la violencia? Más violencia. No hay más. Miedo y violencia. Eso y un odio profundo hacia tus padres.
    PD. Más que paciencia lo que te diría que requiere la crianza de los hijos es más empatía.
    Un beso y gracias por tu post. Me ha encantado.

    Me gusta

    1. Madre mía, Diana, lo siento muchísimo por cómo te trataron cuando eras pequeña, de verdad que no sé cómo unos padres pueden actuar así y dormir tan tranquilos por la noche. He perdonado a mis padres y sé que su educación y la España del momento tienen mucho que ver, pero no me explico cómo no mostraban algún tipo de arrepentimiento o cómo no fueron capaces de darse cuenta de lo que hacían y pedir perdón a posteriori…, en fin. Al menos a nosotras nos ha servido para darnos cuenta de que NUNCA vamos a querer eso para nuestros niños y trabajamos para que sea así. Estoy de acuerdo contigo, con la violencia sólo se consiguen cosas malas, como más violencia y el odio, y a que es necesaria mucha empatía. Somos el espejo en el que se van a reflejar nuestros niños. Si intentamos comprenderles y ponernos en su piel, ellos aprenderán a hacer lo mismo con el resto del mundo. Un abrazo muy fuerte!

      Me gusta

Deja un comentario